martes, 24 de septiembre de 2013

Mi padre

Llevo días clausurada, absorta en los estudios, la escritura y la lectura.

Mi padre lleva todo ese tiempo haciendo gala de sus buenas palabras, su amabilidad y su templanza. No ha habido una sola vez en esta extraña racha que estoy atravesando en la que se haya dirigido a mí sin que en sus labios se dibujara una sonrisa.

A pesar de la época que le ha tocado vivir, una crisis que hará que sus hijos dependan de él hasta que Dios, o peor aún, los políticos así lo quieran, mi padre, hombre ya de pelo cano y arrugas surcando su rostro, es el que me aporta fuerzas cada día.

Hoy, aún sin querer poner un pié en el mundo, aún tratándose de mi lugar favorito, le he pedido que fuese a devolver unos libros a la biblioteca y que ya de paso me trajera otros para seguir mi aislamiento voluntario. Así lo ha hecho.

¿Cuántos años han de pasar para poder agradecerle todo lo que hace? Supongo que ni con la eternidad valdría.

En cambio y demostrando una vez más la sencillez de sus actos, como mucho me pide una hora a la semana junto a él compartiendo su música, algunos minutos de reflexión, confesión o recuerdos.

Concedidos quedan papá.


sábado, 21 de septiembre de 2013

Madrid, 20 de septiembre de 2013 (Estación Sur)

Un chico besa a una chica en los labios, la frente, las mejillas, el pelo y posteriormente la protege con su abrazo en un intento desesperado por mantenerla ahí cinco minutos más. Ella le susurra al oído lo que imagino que será la promesa de volver a verse pronto, tal vez no tan pronto, pero volverán a verse, lo veo en sus ojos. Se separan, no sin trabajo, y ella sube. Cuando el autobús se aleja el chico hace lo mismo pero en otra dirección que por sus hombros caídos y los ojos enrojecidos puedo intuir que no es la que a él le gustaría.

Un joven baja de un autobús y camina apresurado. Lleva una maleta de mano más bien pequeña. Lo observo curiosa hasta que llega a su destino. Se para frente a un señor mayor con el pelo cano y la cara surcada de arrugas. Se sumergen en un abrazo que aún estando a unos metros de ellos no puedo llegar a descifrar todo lo que se dicen con él. Cuando se separan, el hombre le da una cachetada cariñosa al muchacho en la mejilla, y ahora sí, desde aquí puedo leer los labios del joven: “Ya estoy en Madrid, abuelo”.

Una mujer muy elegante sentada a mi lado habla por el móvil: ha surgido un imprevisto mamá, quédate con los niños este fin de semana (…), si lo sé, el trabajo acabará conmigo (…), vale mamá (…). Volveré el lunes (…). Te quiero mamá y gracias.

Un autobús acaba de llegar a la estación, es el mío con destino Sevilla, veo bajar un grupo de chicas alborotadas entre risas escandalosas, sin duda son de mi tierra: ¡A conquistar Madrid chicas! Anima una.


Ellas llegan, yo me marcho. Ya he disfrutado de Madrid, ahora es su turno. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Cádiz


Ciudad mágica. Palabras que se lleva el levante. Historia, mucha historia por cada rincón. Desde la torre Tavira una pareja admira el resto de torres que regala Cádiz a la vista. La torre sillón, la militar, la mixta, y la más mágica de todas, “La bella escondida”, oculta a los ojos de los gaditanos, solo la privilegiada torre Tavira puede dejarnos admirarla.

El falla. Lugar emblemático, lugar perfecto. Una terraza, una cerveza, un tinto de verano y la compañía adecuada con las confesiones oportunas que van surgiendo a raíz de la segunda ronda. Nada más se necesita para estar en la gloria.

Pero como es de esperar, de Cádiz siempre se quiere más y más, siempre hay algo que ver, que descubrir o que volver a admirar para adivinar nuevos secretos. Pasear por la Alameda Apodaca tampoco es suficiente, quieres más, volver andando por el paseo para admirar la playa totalmente a oscuras, adivinando que el mar está ahí tan solo por el romper de las olas.

Por el día, un día perfecto, ir a La Caleta, ver sus barquitas adornando el mar, entre ellas “Mi gitana” la cual provoca un sueño fugaz en mi mente. Me veo montada en ella, riéndome, saltando al mar, mojándome el pelo. La playa te atrapa, pero el hambre que provoca el disfrute pleno empieza a hacer mella.

Adentrarnos en las calles de Cádiz, dejarnos guiar por los que saben y terminar con una botella de vino blanco en una “tasca” típica andaluza, de las que me encantan, de las que admiro tanto por su historia como por sus gentes.

Al salir de allí, con los efectos que provoca una botella de vino entre dos, ir a un sitio único, que te lleven a un sitio único, el cual quedará solo para mi, pedir dos copas y dos cafés y entonces, solo entonces, ver el futuro entre palabras y entre confesiones. La persona que tienes en frente eres tú, y tu eres ella, porque sin quererlo y sin haberlo planeado nos contamos nuestros secretos más íntimos, aquellos que pase lo que pase, aunque nunca más volvamos a estar así, sentados uno frente al otro siempre poseeremos y es lo que nos hará realmente formar parte de la otra persona.

Mi sitio favorito de Cádiz, sin lugar a dudas, la Plaza San Antonio. Todo lugar en Cádiz tiene una historia, para cada uno la suya, para el mundo en general la escrita en los libros. Para mí, en particular, es el lugar que escuchó mis carcajadas, nada discretas por cierto, donde en el justo centro de la plaza, bailé sin música pegada a la mejor de las compañías, donde he vivido uno de los momentos más felices de mi vida.


Cádiz es y será siempre mi lugar en el mundo. Tres, sólo tres veces la he visitado y puedo decir sin ningún tipo de duda, que estoy totalmente enamorada de ella.


sábado, 14 de septiembre de 2013

Dona sentimientos

La lectura, para quien la inicia voluntariamente, marca un antes y un después en su vida. Yo, como lectora empedernida desde que era niña no puedo más que aconsejarla como desahogo, escapatoria, afición, y cualquier calificativo que haga referencia a la liberación del alma.

Durante un tiempo fui recogiendo títulos y autores en mis estanterías.  Pasados unos años, el verbo recoger fue sustituido por apilar para actualmente pasar a esconder. Para explicarme mejor, con esconder me refiero a libros metidos en cajas debajo de la cama e incluso en el armario, todo esto, para poder tener un pequeño espacio vital en mi habitación.

Hace unos días, me puse a ojear esos títulos que tenía en el olvido. Repasé notas al margen y palabras con su significado escrito en la letra ilegible de una niña de doce años, para darme cuenta así de que esas buenas costumbres quedaron donde esos libros, en cajas escondidas.

Pasó un rato hasta que sentí que esos libros ya no me pertenecían. Eran historias que me habían hecho vivir momentos mágicos e inolvidables con cada uno de sus personajes y en cada una de sus páginas pero cada historia tiene su momento, cada personaje una edad, y cada situación un momento en tu vida. Sin pensarlo dos veces, hice una recopilación de aquellos que más me había marcado en mi niñez y adolescencia.

Aparecieron títulos como “Algún día cuando pueda llevarte a Varsovia”  de Lorenzo Silva, el cual me hizo comprender a la difícil edad de quince años que no todos los adolescentes gozamos de la misma suerte en la vida. No quedando satisfecha con este y ávida de más no tardé ni quince días en hacerme con el siguiente libro de la saga (datos que sé por mis anotaciones en dichos libros), “La lluvia de París”, que me teletransportó a una ciudad maravillosa que no conocía y aún hoy no conozco, pero que gracias a Lorenzo Silva la tengo en mi mente como si la hubiese recorrido día tras día junto a su protagonista.

Así, durante más de una hora, logré reunir una veintena de libros, y sin pensarlo dos veces (para no arrepentirme), los metí en bolsas y me dirigí a la biblioteca pública más cercana para hacer mi pequeña aportación. Creo que aunque tuve que hacer un gran esfuerzo, posteriormente me sentí satisfecha.  
El saber que aquellos libros que lograron hacerme comprender, sonreír, llorar e incluso aleccionarme en el arduo camino de la vida podrán hacerlo con otras personas, me produce una satisfacción más que compensatoria.


Por eso insto a todos a “reciclar” sus libros, a donar sentimientos, sonrisas, lágrimas y lecciones de vida, porque no hay mejor recuerdo que la amistad de un libro, corta pero intensa.